Encantada por la invitación de un amigo, hice un viaje relámpago a Abidján sin un propósito particularmente fotográfico.

Fue en octubre de 2017.

En esa época conocía solo los países de África del Norte y nunca había visitado aquellos de la que se dice África Negra. Me sentía atraída por esta región en donde esperaba poder admirar paisajes naturales y la población autóctona en su entorno tradicional.

Pero solo me encontré con lo que temía.

Lo que llamamos civilización o desarrollo es actualmente el eje central en torno al cual todos los países del planeta, hasta los más remotos, cambian y pierden su estado originario en beneficio de la sociedad de consumo que si bien aporta un cierto bienestar económico provoca al mismo tiempo daños irreversibles en los espacios y en los hombres, sin dejar alternativas de orden espiritual a las cuales recurrir.

En cuanto a la naturaleza que, ingenuamente, hubiera querido admirar en su estado original, es inaccesible ya que no hay camino que lleve a ella.